Por: Antonio Royo Marín, OP
Primera parte: La esencia de Dios
Ante la pregunta ¿Dios existe?, primero hay que responder ¿Qué Dios? ¿Cómo tú entiende o concibes es esa divinidad? Pues muchos que niegan a Dios, el concepto que de él tienen se aleja infinitamente del verdadero Dios. También, el tener una idea clara del verdadero Dios, ayudará a identificar la religión verdadera por medio de la cual se ha revelado y dado a conocer. Leamos de Antonio Royo Marín, O.P., gran teólogo español exponiendo, con la mayor claridad posible, esta doctrina.
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Como es sabido, de Dios sabemos mucho mejor lo que no es que lo que es. La razón de esto es la infinita grandeza y la trascendencia soberana del Ser divino, que rebasa y rompe por completo el molde de los conceptos positivos en los que la inteligencia humana conoce y encierra las realidades creadas. Dios no cabe ni puede caber en una especie inteligible creada, por muy alta y perfecta que se la conciba.
De todas formas, siquiera sea de una manera analógica y muy imperfecta, algo podemos llegar a conocer de la naturaleza íntima de Dios, incluso con la simple razón natural.
Tenemos para ello un doble camino:
1. La vía de remoción de imperfecciones, excluyendo de Dios todas las imperfecciones de los seres creados, manifestando con ello lo que no es Dios (vía negativa); y...
2. la vía de eminencia, atribuyendo analógicamente a Dios, en grado eminente e infinito, todas las perfecciones que descubrimos en los seres creados, para vislumbrar un poco lo que es (vía positiva).
Discurriendo por estas dos vías, podemos señalar filosóficamente algunos atributos de Dios, si bien el conocimiento más perfecto que de Él tenemos proviene de la divina revelación.
I. La esencia de Dios
Como veremos al hablar de los divinos atributos, Dios es el Ser simplicísimo, absolutamente incompatible con toda composición y multiplicidad. Pero como nuestro conocimiento humano es de suyo discursivo y no podemos abarcar de un solo golpe toda la cognoscibilidad de un ser, nos vemos obligado a estudiarlo por partes, estableciendo multiplicidad y división incluso en el Ser simplicísimo de Dios. Es una imperfección radical de nuestra manera discursiva de conocer, imposible de superar en este mundo. Únicamente en el cielo, cuando contemplemos
intuitivamente la esencia de Dios tal como es en sí misma (visión beatífica), le conoceremos de manera semejante a como se conoce Él: «Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejante a Él, porque le veremos tal cual es» (1Juan 3, 2).
Los filósofos suelen distinguir entre lo que llaman esencia metafísica y esencia física de un ser. La esencia metafísica consiste en aquella propiedad o predicado que concebimos como el primero y más noble de todos y como fuente y principio de todas las demás perfecciones de ese ser; así el ser animal racional constituye la esencia metafísica del hombre. La esencia física consiste en el conjunto de todas las propiedades y perfecciones que corresponden a un ser en el orden real.
Vamos a precisar ambos aspectos con relación a la esencia divina.
A. Esencia metafísica de Dios
Santo Tomás y con él la gran mayoría de los teólogos, sobre todo modernos, ponen la esencia metafísica de Dios en la aseidad, o sea en el hecho de que Dios existe por sí mismo (a se) y no por otro; esto es, en el hecho de que es el Ser subsistente por sí mismo, sin que deba a nadie su existencia. Su esencia y su existencia son una sola y misma realidad.
El mismo Dios, al contestar a Moisés desde la zarza ardiente, nos dijo cuál es su verdadero nombre, o sea con qué palabra se puede expresar mejor su propia esencia: “Y dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros... Este es para siempre mi nombre; este mi memorial de generación en generación” (Ex. 3, 14-15).
Ahora bien: la fórmula Yo soy el que soy expresa con toda claridad que la esencia misma de Dios consiste en la plenitud infinita del ser, en el Ser mismo, el abismo infinito del ser, el piélago insondable del ser: pelagus essentiae.
Así mismo se ha revelado Dios algunas veces a sus santos. Un día se mostró Dios en la oración a Santa Catalina de Siena y le dijo: «¿Sabes, hija mía, lo que eres tú y lo que soy yo? Si aprendes estas dos cosas, serás muy dichosa: Yo soy el que soy, tú eres la que no eres».
La «aseidad» o subsistencia del ser divino en sí y por sí mismo reúne las tres condiciones que debe tener todo constitutivo metafísico, a saber:
1. Es lo primero que distingue a Dios de los seres creados. Todos ellos son limitados y finitos, todos tienen fuera de sí mismos la causa de su ser y la razón de su existencia. Sólo Dios es el Ser subsistente por sí mismo, o sea que tiene dentro de sí mismo la razón de su propia esencia y existencia.
2. Es lo primero por lo que Dios se constituye en su propio ser divino. Nada se concibe ni puede existir en un ser antes de su propia existencia, como es obvio. Pero como Dios no ha podido recibir la existencia de nadie, síguese que el existir por sí mismo -o sea la aseidad- es absolutamente lo primero por lo que Dios se constituye en su propio ser divino.
3. Es la raíz y origen de todas las demás perfecciones divinas.
Porque Ser subsistente por sí mismo significa ser ilimitado e infinito; y el ser infinito comprende toda la perfección del ser, en la cual están incluidas todas las demás perfecciones.
B. Esencia física de Dios
1. La esencia física de Dios consiste en el cúmulo de todas las perfecciones en grado infinito. En efecto: todos cuantos bienes y excelencias creadas pueden atraer la mirada del hombre y arrastrar su pobre corazón en este mundo, son, en realidad, menos que una brizna de paja ante el tesoro rigurosamente infinito de las perfecciones divinas que algún día contemplaremos arrobados en el cielo. La belleza, el amor, los placeres, riquezas, honores, etc., que ejercen ahora su influjo en el hombre de manera tan avasalladora, empujándole con harta frecuencia por los caminos del pecado que conducen a la eterna ruina, no tendrían poder alguno sobre nosotros si cayéramos en la cuenta de su inconmensurable pequeñez y miseria. El mundo es «un museo de copias» borrosas e imperfectas: el original de todo cuanto existe está en Dios. Sólo Dios -piélago insondable de todas las perfecciones- puede llenar por completo el corazón humano, anegándole en una felicidad inenarrable, plenamente saciativa y eterna.
2. El cúmulo infinito de todas las perfecciones no compromete en nada la infinita simplicidad de Dios, ya que todas las perfecciones divinas se identifican realmente entre sí y con la esencia misma de Dios, distinguiéndose tan sólo con una distinción de razón.
Como veremos ampliamente en el capítulo siguiente, Dios es el ser simplicísimo incompatible con cualquier composición. En Él no hay composición de partes cuantitativas, porque no es cuerpo; ni de materia y forma, que sólo son modalidades imperfectas y limitadas del ser; ni de esencia y existencia, porque, siendo el ser necesario, su ser y existir son una sola y misma cosa; ni de género y diferencia, porque el Ser subsistente e infinito domina y está por encima de todos los géneros del ser; ni de substancia y accidente, porque la substancia infinita, soberanamente determinada por sí misma, no es susceptible de ulteriores determinaciones. Es, pues, absolutamente uno y simple, sin que sea posible en Él la menor composición de cualquier naturaleza que sea.
Las perfecciones divinas (inmensidad, bondad, justicia, misericordia, etc.) se identifican realmente entre sí y con la esencia divina. Se distinguen, sin embargo, con una distinción de razón, puesto que nuestro entendimiento -limitado e imperfecto- concibe y expresa esas perfecciones a base de conceptos distintos, si bien en la esencia divina se confunden con una sola y mismísima realidad.
II. Los atributos divinos
Precisada en el capítulo anterior la naturaleza de Dios en su constitutivo metafísico y físico, vamos a abordar ahora el estudio detallado de los principales atributos divinos tal como los descubre la razón natural por sí misma y, sobre todo, iluminada por las luces de la fe.
Los atributos o propiedades divinas son perfecciones que, según nuestro modo analógico de pensar, brotan de la esencia metafísica de Dios y se añaden a ella. En efecto, nosotros solamente podemos conocer «de manera fragmentaria» (1Cor. 13, 9) la infinita riqueza ontológica de la simplicísima esencia de Dios mediante una multitud de conceptos inadecuados, por los cuales vamos comprendiendo una por una diversas perfecciones divinas.
He aquí, pues, los nueve principales atributos divinos que vamos a estudiar en otros tantos artículos: 1. Simplicidad de Dios; 2. Perfección infinita; 3. Bondad infinita; 4. Belleza o hermosura; 5. Infinidad; 6. Inmensidad y ubicuidad; 7. Inmutabilidad; 8.Eternidad; 9. Unicidad.
A. Simplicidad de Dios
Noción de simplicidad. En el sentido que aquí nos interesa, se entiende por simplicidad (del latín «simplicitas» - quasi sine plica, sin pliegues) la carencia de composición o de partes. Aplicada a Dios, la simplicidad significa que Dios es una substancia simplicísima, que carece en absoluto de toda composición o parte.
Noción y clases de composición. Una cosa es o se llama compuesta cuando consta de varios elementos o partes unidos entre sí para formar un todo. Puede definirse: la unión actual de elementos distintos que forman un todo.
En la naturaleza podemos distinguir tres clases de composición: física, metafísica y lógica.
a) Composición física es la que consta de partes físicas o realmente distintas entre sí, ya sean substancias (como la materia y la forma), ya cuantitativas o accidentales. Es propio de las cosas materiales.
b) Composición metafísica es la que consta de partes metafísicas tales como la potencia y el acto, la esencia y la existencia, la naturaleza y el supuesto, la substancia y los atributos, o los atributos que se distinguen realmente entre sí.
c) Composición lógica es la que afecta a todos los seres que constan de género y diferencia específica.
Doctrina Católica 1. Dios es absolutamente simple, de suerte que hay que excluir de Él toda clase de composición, ya sea física, metafísica o lógica. (De fe - es decir, doctrina definida por la Iglesia.)
Escuchemos a un gran teólogo (Angelo Zacchi, O.P.) exponiendo esta doctrina.
«Cuando decimos que Dios es absolutamente simple, queremos decir que excluye cualquier género de composición.
Si se supusiera a Dios compuesto de algún modo, habría que negar sus atributos fundamentales, y Dios ya no sería Dios.
En efecto: Dios es el primer principio de todas las cosas y, por lo mismo, absolutamente independiente, causa no causada, ser infinito. Lo hemos ya demostrado. Pero todo ser compuesto, por el contrario, es dependiente, causado y finito. Dependiente, porque es siempre posterior, al menos por naturaleza, a las partes a las que resulta, y no puede subsistir sin ellas. Causado, porque, constituyendo siempre una determinada combinación de partes, supone una causa capaz de idearla y de realizarla.
Finito, en fin, porque mientras las partes de un compuesto pueden siempre ser aumentadas o disminuidas sin límite, el infinito, por el contrario, no es susceptible de aumento ni disminución. Por otra parte, todo compuesto, teniendo partes finitas, o sea, partes que se completan y se limitan mutuamente, es necesariamente finito, ya que, por mucho que se multipliquen los elementos finitos, no podrán jamás formar el infinito. Por consiguiente, si los caracteres fundamentales de Dios están en manifiesta oposición con los de cualquier cosa compuesta, es imposible que Dios conste de partes y hay que concluir que es absolutamente simple.
Removiendo, pues, de Dios toda suerte de composición, hemos de considerarlo, ante todo, libre de toda composición física, que implican partes sustanciales realmente distintas, como podemos ver en los cuerpos.
Dios no es ni un compuesto substancial corpóreo ni ninguno de sus elementos constitutivos. Dios no tiene forma humana, y no es ni materia ni la forma del universo sensible. Todo esto implicaría límites e imperfecciones incompatibles con el ser perfectísimo. Por eso Dios es puro espíritu.
En segundo lugar, hemos de considerar a Dios inmune de toda composición metafísica de potencia y de acto, de esencia y de existencia, de substancia y de atributos, de sujeto y de accidentes. Es acto puro de toda clase de potencia. Es por naturaleza el Ser. Todo lo que hay en Él es su propia mismísima substancia. En lugar de decir que tiene la verdad, la bondad, la justicia, etc., deberíamos decir, con mayor exactitud, que es la misma verdad, la misma bondad, la misma justicia. Sus atributos no se distinguen realmente de su esencia, y, por los mismo, tampoco se distinguen entre sí. Esto no es obstáculo, sin embargo, para que nuestro entendimiento, impotente para comprender la esencia infinita de Dios, pueda distinguir en ella varias perfecciones con pleno derecho y fundamento. Los nombres con los cuales pronunciamos estas perfecciones no son, por tanto, meros nombres sinónimos que indican un idéntico objeto, sino nombres distintos que indican diversos aspectos de una misma cosa. Toda la luz, que se funde en Dios es una síntesis inefable, se difunde en nuestra mente en múltiples rayos.
Las mismas razones que nos hacen excluir de Dios toda composición metafísica de acto y de potencia, nos obligan a excluir también toda composición lógica de género y diferencia específica, porque el género se relaciona con la diferencia, que lo completa y determina, como la potencia al acto. Dios no puede ser encerrado en los confines de cualquier categoría, porque las trasciende y las contiene todas de modo eminente.
Cualquier tentativa de encontrar algún punto común entre Él y las demás cosas, en el ser o en la substancia, es vana e inútil, porque no hay nada de verdaderamente unívoco entre Él y las demás cosas. Todas las otras cosas tienen el ser, una parte del ser; sólo Él es el Ser y lo posee todo.
Todas las otras substancias son creadas y dependientes; sólo la substancia divina es increada, subsiste en sí misma y por sí misma.
Excluyendo de Dios toda composición de género y diferencia específica -elementos indispensables de cualquier definición-, resulta imposible dar de Dios una definición propiamente dicha. Dios es infinitamente superior a todo cuanto podamos decir de Él, infinitamente inefable».
Doctrina católica 2. La substancia divina no entra en composición alguna con la substancia del mundo. Dios es real y esencialmente distinto del mundo. (De fe.)
Esta conclusión, expresamente definida por la Iglesia, se opone radicalmente al gran error panteísta, que enseña que Dios es todas las cosas y todas las cosas son Dios.
Escuchemos a otro autor, al docto y piadoso Sauvé: «En Dios no hay distinción de partes ni divisiones materiales; esto es demasiado evidente. Lejos de Él toda dimensión. Por su naturaleza se halla fuera e infinitamente por encima de las limitaciones del espacio y de los cuerpos. El mismo espacio no es sino una criatura suya, como las demás cosas; el espacio, como el cuerpo, no subsisten sino por la influencia de la divina Inmensidad. Y Dios no cae bajo el espacio, como no cae bajo el tiempo al crear el tiempo y el espacio y conservarlos; como no se hace criatura produciendo o conservando en la existencia el tiempo y el espacio con todos los seres que los pueblan.
Aun en los mismos ángeles, que por su naturaleza no están sometidos al espacio ni al tiempo, la simplicidad no es enteramente perfecta; de suerte que, por ejemplo, su voluntad y su inteligencia no se confunden, su acción no es su substancia, y en ellos son cosas diferentes la gracia y la gloria y la naturaleza. En Dios, por el contrario, siendo espíritu puro por excelencia, no hay sombra de estas distinciones o divisiones; su inteligencia es realmente su voluntad, su eternidad y su inmensidad se identifican con su actividad inmanente e inmovilidad. Y los atributos que parecen más opuestos, por ejemplo, su justicia y su misericordia, su amor y su enojo, su poder y su mansedumbre, no se distinguen en sí mismos realmente, sino sólo virtualmente (según dicen los teólogos) por sus efectos y por el modo como los concibe nuestra inteligencia. En el fondo, la naturaleza divina y sus perfecciones no son sino una simplicísima realidad inefable y adorable...»
B. Perfección infinita de Dios
Noción de perfección. La palabra perfección viene del verbo latino perficere (hacer hasta el fin, hacer completamente, terminar, acabar), de donde sale perfectum (perfecto, lo que está terminado, acabado) y perfectio (perfección, cualidad de perfecto). Una cosa se dice perfecta cuando tiene todo el ser, toda la realidad que le conviene según su naturaleza.
Un ser es tanto más perfecto cuanto menos tiene de potencia y más de acto. Porque la potencia es capacidad para adquirir alguna perfección, mientras que el acto consiste en la posesión real de esa misma perfección.
De donde se deduce, ya sin más, que Dios, Acto purísimo sin sombra de potencia alguna, tiene que ser forzosamente perfectísimo; mientras que todos los demás seres -mezcla de potencia y de acto- son esencialmente perfectibles, pero no absolutamente perfectos. Lo que les quede de potencia, eso les falta de perfección; y como nunca desaparecerá de ellos algún aspecto potencial, síguese que la perfección absoluta es imposible a los seres creados. Ella es patrimonio exclusivo de Dios, en el que todo es Acto puro, sin sombra ni vestigio de potencialidad alguna.
Nota. Por eso es de fe que Dios es infinitamente perfecto, sin sombra de potencialidad ni de accidentes ni nada que lo asemeje a los entes físicos, al contrario, las perfecciones de los seres físicos o materiales (e incluso los seres espirituales creados) son a semejanza de su Creador.
C. Bondad infinita de Dios
Noción de bien y de bondad. El bien, en cuanto se identifica real y trascendentalmente con el ser, no puede definirse propiamente. Podemos decir, sin embargo, que el bien es aquella cualidad del ser que le hace grato y apetecible; o, como decía Aristóteles, es aquello que todos apetecen. Esta sencilla fórmula expresa el fundamento objetivo, la razón formal y el efecto de la bondad:
1. Fundamento objetivo. El bien, contemplado en las cosas, consiste en aquella conveniencia o perfección fundamental por la cual la cosa es apta para alcanzar su propio fin o el fin de otro, haciéndola buena para sí
o para otro.
2. Razón formal. Esta conveniencia excita, atrae y mueve al apetito, y, por eso, el bien se diferencia específica y formalmente de lo verdadero, que se refiere no al apetito, sino a la facultad cognoscitiva.
3. Efecto.
a. El bien mueve al apetito en el que engendra el amor. Lo verdadero, en cambio, engendra el conocimiento en la facultad cognoscitiva.
b. El bien se identifica trascendentalmente con el ser. De donde resulta que, en mayor o menor grado, todos los seres son buenos.
c. Es imposible que exista un ser esencialmente malo -un dios del mal-, ya que el mal, en cualquiera de sus manifestaciones (físico o moral), necesita como soporte indispensable un ser a quien afecte; y ese ser, en cuanto ser, es una realidad positiva y, por lo mismo, buena. Los mismos demonios y condenados del infierno son buenos en cuanto seres, aunque sean malos por su voluntad depravada aferrada al pecado.
Diferentes clases de bienes.
1. Por razón del objeto sobre el que recae, la bondad se divide en metafísica, física y moral, según afecte trascendentalmente a todos los seres, o se trate de la perfección debida a una cosa individual (ejemplo: una buena pluma es la que escribe perfectamente bien), o se refiera a los actos morales (ejemplo: la limosna es una buena acción).
2. Por razón de la verdad, el bien puede ser verdadero o aparente.
a. Se entiende por bien verdadero el que lo es real y objetivamente (ejemplo: amar a Dios, socorrer al necesitado, honrar a los padres, etc.).
b. Por el contrario, se llama bien aparente al que no lo es en realidad, aunque engañe con frecuencia a los hombres presentándose como verdadero (ejemplo: los placeres desordenados).
Nota. Los placeres en sí mismos no son malos, e incluso son necesarios, como por ejemplo para la preservación de la vida (el gusto por comer) o el de la misma especie (el placer sexual); el gusto del saber intelectual y del ejercicio físico, o el de las bellas artes.
3. Por razón del fin, el bien se divide en honesto, útil y deleitable.
Doctrina católica. Dios es infinitamente bueno, con bondad ontológica, esencial o absoluta; con bondad moral o santidad, y con bondad bienhechora o de beneficencia. (De fe.)
1. Ontológica, o esencial y absoluta, es la bondad divina en sí misma, o sea, el mismo Ser subsistente en cuanto infinitamente apetecible.
Nota. Nos dice la Escritura: “Vean y prueben lo bueno que es el Señor”; y el apóstol san Pablo: “Ni el ojo vio ni el oído escuchó lo que Dios tiene reservado para los que le aman”.
2. Moral, llamada también santidad, consiste en la carencia de pecado y en la perfección de todas las virtudes.
Nota. Jesús nos invita y exige que debemos de aspirar a ser “perfectos y santos como lo es vuestro Padre celestial”.
3. De beneficencia significa la inclinación de la voluntad a hacer el bien a los demás.
Nota. Jesús nos dice y enseña que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que por él seamos salvos.”
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