EL PROBLEMA DEL MAL FRENTE A LA NO CREENCIA (DIÁLOGO)

Por: Gerardo Cartagena Crespo




Se encontraba Francisco con unas amistades cuando uno de ellos saca a relucir lo siguiente.

--Oye Francisco. Si Dios es tan bueno como tú tanto nos dice, ¿por qué existe tanta hambre y tantos niños que mueren de hambre? ¿No será ello una muestra, de entre tantos otros males, de que Dios no existe? Pues si Dios todo lo puede, como aseguran ustedes los cristianos, y no hace nada para erradicar el hambre, la violencia, la guerra, en fin, el mal en el mundo, por consiguiente: o no es misericordioso o simplemente no puede, por lo tanto, no existe.

--El problema del mal es uno de los puntos que más les gustan a los ateos e incrédulos traer a colación para justificar sus posturas ateas, pero sobre todo, creo que es para justificar su incompetencia para comprender realidades que escapan a su intelecto y conocimiento.

»Para contestar a tu pregunta quiero que, con toda sinceridad, analices lo siguiente. Siendo que Dios es tan bueno y no quiere que nadie muera de hambre, según tu razonamiento, explícame ¿qué tú crees deba hacer Dios para erradicar el hambre en el mundo? Puesto que si él existe y existe el hambre en el mundo --según los ateos esto es una gran contradicción--, algo tiene que hacer para solucionar este problema. Por lo que debemos preguntarnos ¿o Dios quiere solucionar este problema pero no puede, por lo que no es Dios, por lo tanto no existe, o Dios quiere solucionar este problema dándonos a nosotros los medios para ello, pero nosotros no queremos? --argumento a favor de nuestro libre albedrío--. ¿Qué tú opinas?

--Sí, pero es que si Dios todo lo puede, como tú aseguras, ¿por qué no hace nada para solucionarlo?

--Tú me has dado la clave para derribar tales supuestos argumentos ateos. Existen tres opciones o maneras por el que Dios sí puede erradicar el mal del mundo.

»Primero: eliminando en todos los seres humanos la voluntad y, con ello la capacidad de conocer el bien y el mal, pero al así hacerlo nos quita nuestra conciencia y raciocinio haciendo de nosotros unos simples animales irracionales. Como ves, esto Dios no lo va a hacer.

»La Segunda manera de Dios erradicar el mal del mundo es exterminando a la raza humana de la faz de la Tierra. Opción ésta que va a realizar cuando Jesucristo venga a juzgar a vivos y a muertos.

»Y la tercera opción o manera es la que lleva realizando desde los comienzos de la humanidad a través de la conciencia, y por una revelación directa que comenzó con Abrahán al cual llamó para una misión especial.

»Si leemos el Antiguo Testamento encontraremos allí innumerables llamamientos por parte de Dios para que el ser humano se convierta al bien y evite el mal, y a que realice obras de misericordia, como por ejemplo en Éxodo 22, 20 en adelante leemos: “No maltratarás al forastero, ni lo oprimirás,...No maltratarás a viuda alguna ni a huérfano. Si los maltratas y claman a mí, yo escucharé su clamor,... Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él usurero; no le exigirás intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol,...” Y muchas exigencias como estas podemos encontrar a lo largo de la Sagrada Escrituras que manifiestan el que Dios sí se ha interesado y se sigue interesando porque erradiquemos el mal del mundo.

--Si, pero es que también en la Biblia encontramos que Dios aprueba las guerras y las matanzas que permite que su pueblo realice, incluso en su nombre.

--Para comprender estas paradojas debemos entender que la Biblia, en este caso el Antiguo Testamento, lo que nos está narrando es la historia de un pueblo, el de Israel, escogido por Dios para una misión, que como un niño debe ser educado poco a poco y según la mentalidad de la época, hasta llevarlo a la perfección de vida que sólo se realizará con el Mesías anunciado por los profetas. Por consiguiente, si se lee el Antiguo Testamento con detenimiento y sin prejuicio veremos a un Dios amoroso y misericordioso, que con paciencia y bondad va guiando y enseñando a un pueblo que, en muchas ocasiones se ha mostrado rebelde, ciego y sordo al llamado de Dios.

»Lo que quiero decir es que, para poder erradicar el mal en el mundo, por ejemplo la esclavitud, el menosprecio hacia la mujer y los niños y otras injusticias, la manera eficaz para lograrlo era y es el método utilizado y enseñado, primeramente por Yahvé en el Antiguo Testamento, y luego de un modo perfecto por Jesucristo: la transformación y renovación de los corazones al verdadero amor: el conocimiento y práctica de los Diez Mandamientos que se resumen en “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.”

»Para que lo veas y comprendas bien, en el libro del Génesis vemos cómo Dios manifiesta y enseña que existe la igualdad entre el hombre y la mujer. Allí leemos lo siguiente: “Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza;...» Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó.

»Y los bendijo Dios y les dijo: «Sean fecundos, multipliquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los animales que se mueven sobre la tierra.»” (Génesis 1, 26-28).

»Cuando Dios dice «hagamos al hombre», el término hombre, en este contexto, más que referirse a un género (masculino en este caso), se refiere a la humanidad. Por eso hay traducciones bíblicas que en vez de traducir hombre, traducen «al ser humano», refiriéndose tanto al varón como a la mujer.

»Esta interpretación se infiere cuando el texto dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó.”

»La igualdad ante Dios del hombre y la mujer está revelada en que ambos fueron hechos a imagen y semejanza de Dios, y que ambos, por igual, reciben por parte de Dios la encomienda de dominar la creación.

»Así, ya desde el Génesis, vemos cómo Dios revela que la desigualdad existente entre el hombre y la mujer, tanto en su pueblo como en el mundo entero, va en contra del proyecto querido por Dios para la humanidad. Y sin violencia y sí con una enseñanza, Dios va instruyendo a los de corazón sincero y de buena voluntad la verdad de cómo vivir de cara a Su voluntad.

»Por consiguiente, Dios nos ha dado, por medio de su Hijo Jesucristo, los medios para erradicar el hambre, la miseria, la violencia, las guerras en el mundo, pero ustedes, los escépticos, los que niegan a Dios nos siguen insistiendo que si Dios todo lo puede por qué no lo hace él.

»Es fácil echarle la responsabilidad a otro con tal de desprendernos de nuestra propia responsabilidad. Por eso la pregunta, más generalizada del pensamiento ateo contra Dios ¿si Dios existe, por qué existe el mal en el mundo? es una pregunta con la que se quiere desviar la propia responsabilidad que se tiene para con el prójimo. De esta manera tal pregunta se convierte en una clara injusticia contra Dios --pues se le quiere achacar a él nuestra propia responsabilidad--, contra nuestro prójimo --pues se quiere justificar la inacción y el abandono de nuestra propia responsabilidad--, y es una injusticia contra nosotros mismos al no querer asumir nuestras propias responsabilidades; responsabilidades que si las asumimos nos llevan a dignificarnos y elevarnos como personas.




--¿Por qué es una injusticia contra nosotros mismos?

--Quien se escuda tras el pretexto de la supuesta inacción de Dios para negar su existencia, pretendiendo con ello que sea Dios quien debe obrar, está negando, como ya dije, su propia responsabilidad y con ello está poniendo obstáculos a su propio crecimiento como persona humana en todas las áreas. ¿Cómo podemos crecer en el verdadero amor y purificarnos de nuestros egoísmos si no nos ejercitamos en el bien? ¿Cómo nos vamos a ejercitar en el bien si no existieran las ocasiones, modos y oportunidades para ello? Si Dios fuera a realizar por nosotros todo el bien que debemos hacer, ¿qué nos queda para crecer en el verdadero amor? Nada. Nos quedaríamos estancados en nuestros egoísmos e intereses personales.

»Para que lo entiendas mejor, fíjate en esta parábola: Había una vez una oruga cuya especie para convertirse en una hermosa mariposa que pudiera volar tenía que pasar por un proceso muy duro y difícil. Pues sucedió que esta oruga se quejaba y protestaba mucho porque no le gustaba la idea de tener que sufrir mucho para ser una hermosa mariposa. Muchas de sus compañeras, aunque le decían que después del sufrimiento iba a venir un periodo bellísimo de paz y felicidad, ella, muy tercamente se aferraba en la idea de que no puede existir tal cosa. Que eso de convertirse en mariposa es un cuento, no puede ser verdad. Que es una invención para hacer creer que después de encerrarse en su nido de 'muerte' la vida se transforma en una mejor.

»Sucedió, pues, que llegado el tiempo indicado todas las orugas del árbol se encerraron en sus respectivos nichos. Aquella oruga, mientras iba tejiendo su nido, se decía como en una oración: "ojalá exista alguien que me libere de esta cárcel. Le estaría muy agradecida".

»Cuando estaban a punto de salir, comenzaron a romper su nido, pero el proceso duraba horas el poder salir. Un muchacho que observaba el evento le dio pena el ver el enorme esfuerzo por el cual atravesaban aquellas orugas ya convertidas en mariposa. Sintiendo lástima por la última que ya empezaba a salir, tomó unas tijeras y rompió el nido liberando a la frágil mariposa. Cuál no fue su sorpresa al darse cuenta, después de un rato, el ver que las alas de la tal mariposa no se desplegaban, por lo que pasó el resto de su corta vida sin poder emprender vuelo, observando a sus demás compañeras cómo disfrutaban y gozaban del gran regalo que les daba el Creador.

»Así les pasa a los que niegan la eficacia purificadora y redentora del sufrimiento y del dolor. Ven en ello solamente la parte negativa, olvidando y renegando de la parte positiva que es la que Dios busca para nuestro crecimiento en todas las áreas del ser humano; no solamente la parte física, sino también la emocional, intelectual y espiritual.

»Si hoy --y desde la caída de nuestros primeros padres-- existe el mal, no es que Dios lo permita porque se goce viéndonos sumergidos en él, o porque no pueda impedirlo. El mal, en nuestro caso el mal moral, es una consecuencia directa de nuestro rechazo del Bien Absoluto. Lógicamente quien rechaza el Bien Absoluto, no puede esperar poseer todo el bien deseado y buscado, pues éste sólo puede emanar del Bien Increado, es decir, Dios.

»Si hoy existe el mal en el mundo, no es culpa de Dios, pues Dios nos ha dado los medios, en Jesucristo, para que no haya miseria, ni hambre, ni violencia... en el mundo. El problema está en el mismo hombre. Unos pocos con fortunas inmensas 'pudriéndose' en los bancos, mientras la inmensa mayoría pasando las de Caín. Ricos que en sus testamentos pasan sus fortunas a sus mascotas, pudiendo hacer una gran obra dándolas a causas benéficas...




--Sí, pero ¿por que Dios permite que estos hombres actúen así? ¿No podría él quitarles esas riquezas y dárselas a otros que sí hagan lo que tienen que hacer?

--Qué tú quieres que Dios haga, ¿qué los mate? Fácil salida para huir de nuestra propia responsabilidad. Además, a quién tú quieres que se las entregue ¿a ti? Ya Dios nos ha dado los medios para erradicar el mal, nos toca a cada uno de nosotros asumir nuestra propia responsabilidad y actuar para ejercitarnos en el bien, destruyendo con ello nuestros egoísmos creciendo en el verdadero amor. Así estaremos construyendo un mundo más justo. Y esta justicia comienza haciendo la Voluntad de Dios, no actuando como seres inmaduros, sino como personas adultas llamadas a vivir en el amor por medio de Jesucristo.


Estudia y analiza el siguiente razonamiento:



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EL PROBLEMA DEL MAL 
Por: Scott Hanh

...¿Por qué un Dios misericordioso habría de castigar de esta  manera?, ¿cómo podríamos atribuir tanta ira al Cordero divino, que es la verdadera imagen de la mansedumbre? Porque la ira de Dios es una gracia. Para entender esta paradoja, primero tenemos que explorar la psicología del pecado, con cierta ayuda de San Pablo. Resulta iluminador el uso que hace San Pablo de la palabra «ira»  en su Carta a los Romanos: «pues la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que por su injusticia tienen aprisionada la verdad. Porque lo que puede ser conocido de Dios les es manifiesto, porque Dios se lo ha mostrado (...), de modo que no tienen excusa; porque aunque conocieron a Dios, no le glorificaron como Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en su pensamiento y se oscureció su insensato corazón» (Rom 1, 18-21).

Esto podría resumir bien el «cargo» presentado contra Jerusalén en la corte celestial: Dios dio su revelación a Israel, incluso la plenitud de su revelación en Jesucristo; pero el pueblo no le glorificó ni le dio gracias; más aún, aprisionaron la verdad matando a Jesús y persiguiendo a su Iglesia. Por eso, «la ira de Dios se ha revelado» («apocaliptizado») contra Jerusalén.

¿Qué pasó entonces? Seguimos leyendo en Romanos: «por eso  Dios los abandonó a los malos deseos de sus corazones, a la impureza, al deshonor de sus cuerpos entre ellos mismos» (Rom 1, 24). Un momento: ¿Dios los entregó a sus vicios?, ¿los deja seguir pecando?

Pues... sí, y eso es una terrible manifestación de la ira de Dios. 

Podríamos pensar que los placeres del pecado son preferibles al sufrimiento y a la calamidad, pero no lo son.

Tenemos que considerar el pecado como una acción que destruye nuestro vínculo familiar con Dios y nos aparta de la vida y de la libertad. ¿Cómo sucede esto?


Tenemos la obligación, ante todo, de resistir la tentación. Si entonces fallamos y pecamos, tenemos la obligación de arrepentirnos inmediatamente. Si no nos arrepentimos, Dios nos deja que vayamos a lo nuestro: permite que experimentemos las consecuencias  naturales de nuestros pecados, los placeres ilícitos. Si seguimos sin arrepentirnos mediante la abnegación y los actos de penitencia Dios permite que continuemos en pecado, formando así un hábito, un vicio, que oscurece nuestro entendimiento y debilita nuestra voluntad.

Una vez que estamos enganchados a un pecado, nuestros valores se vuelven del revés. El mal se convierte en nuestro «bien» más urgente, nuestro mas profundo anhelo; el bien se presenta como un «mal» porque amenaza con apartarnos de satisfacer nuestros deseos ilícitos. Llegados a ese punto, el arrepentimiento llega a ser casi imposible, porque el arrepentimiento es, por definición, un apartarse del mal y volverse hacia el bien; pero, para entonces, el pecador ha redefinido a conciencia tanto el bien como el mal. Isaías dijo de tales pecadores: «Hay de aquellos que llaman mal al bien y bien al mal» (Is 5, 20).

Una vez que hemos abrazado el pecado de esta manera y rechazado nuestra alianza con Dios, sólo puede salvarnos una calamidad. A veces lo más compasivo que puede hacer Dios con un borracho, por ejemplo, es permitir que destroce el coche o que le abandone su mujer..., lo que le forzará a aceptar la responsabilidad de sus actos.

¿Y qué pasa cuando toda una nación ha caído en un pecado grave y habitual? Funciona el mismo principio. Dios interviene permitiendo una depresión económica, una conquista extranjera o una catástrofe natural. Bastante a menudo, una nación provoca estos desastres a causa de sus pecados. Pero, en cualquier caso, constituyen la más misericordiosa de las llamadas de atención. A veces, el desastre significa que el mundo que conocieron los pecadores está en vías de extinción. Pero, como dijo Jesús, «¿de  qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su vida?» (Mc 8, 36). Más vale decir adiós a un mundo de pecado que perderse sin esperanza de arrepentimiento.

Cuando la gente lee el Apocalipsis, se aterroriza por los terremotos, langostas, hambrunas y escorpiones. Pero la única razón por las que Dios permitiría estas cosas es porque nos ama. El mundo es bueno no nos equivoquemos acerca de esto, pero el mundo no es Dios. Si hemos dejado que el mundo y sus placeres nos gobiernen como si fueran dios, lo mejor que puede hacer el Dios real es empezar a remover las piedras que constituyen el cimiento de nuestro mundo.

Un mundo mejor espera un arrepentimiento recto y sincero. Vivir una vida buena no es vivir libre de tribulaciones, sino vivir libre de preocupaciones innecesarias. Las catástrofes les ocurren a los cristianos, del mismo modo que parece que a la gente malvada les suceden cosas buenas. Pero para un cristiano practicante, incluso los desastres son buenos; porque sirven para purificarnos de nuestros apegos a este mundo. Sólo cuando nos arruinemos, quizá, dejaremos de preocuparnos por el dinero. Sólo cuando nos veamos abandonados por nuestros amigos, dejaremos de intentar impresionarles. Cuando nos quedamos sin dinero, podemos recurrir a la única cosa que nadie puede quitarnos: nuestro Dios. Cuando los amigos dejan de responder a nuestras llamadas, podemos, por fin, volvernos al Amigo que no cambia... a quien no podemos impresionar, porque nos conoce a fondo.

Pues, como revela el Apocalipsis, el Juez lo sabe todo de nosotros. El juicio no es exclusivo de Jerusalén. «Se abrió también otro libro, el libro de la vida. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, por lo que habían hecho» (20, 12). 

Algún día, tú y yo seremos contados entre «los muertos» y seremos juzgados por lo que hayamos hecho. A lo largo del Apocalipsis, vemos que los santos entran en el cielo y «sus obras los acompañan» (14, 13). Nuestras obras forman parte de nuestra salvación; más aún, serán la materia de nuestro juicio.

Y lo que es más, no tenemos que esperar a estar muertos para ser juzgados. Estamos ante el tribunal cada vez que nos acercamos al cielo, como hacemos en cada Misa. Entonces, también, pedimos a nuestro Padre del cielo una misericordia perfecta, que es una justicia perfecta. Entonces, también, nos obligamos por una alianza con Dios. Entonces, también, recibimos el cáliz: para nuestra salvación o para nuestro juicio.

Deberíamos acordarnos del juicio del Apocalipsis cada vez que oímos las palabras de la institución, que son las palabras de Jesús: «éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna».


Scott Hahn.
"La Cena del Cordero”
Ed. Patmos. 5ta. ed. 2003
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